jueves, 16 de octubre de 2025

Tortícolis

Me duele el cuello. No sé si es por un mal gesto o por un sobreesfuerzo. Pero me duele. De mirar -y no ver- a tantos frentes. De mirar y no sentir -o sentir demasiado-.

La naturaleza nos obliga a llevar la vista hacia adelante. Y tiene sentido. Para no tropezar, para estar preparado y elegir el camino y la compañía adecuad@.

Pero es inevitable echar la vista atrás -aún a riesgo de trastabillar y forzar el cuello-. Para saber de donde vienes y también por buscar -y romper- esas anclas invisibles que te obligan a redoblar esfuerzos por avanzar con más peso.

Es conveniente también mirar a los lados, para comprobar que siguen contigo los que siempre han estado -y ayudar en todo caso a los que se empiezan a quedar rezagados o a los que dan sus primeros pasos-.


 

A veces miramos al cielo -forzando de nuevo el cuello- para ver la lluvia caer -como estos días-, o por soñar con la luna y las estrellas. Otros porque confían ciegamente en ese ser supremo -infalible, aunque a veces escriba con renglones torcidos-. Y algunos  miran arriba porque buscan conspiraciones tras las estelas y otras paranoias absurdas también para desequilibrados. 

Hacia abajo miro en la bici, bajo la cabeza cuando pedaleo, buscando la absurda posición aerodinámica que arañe unos segundos al crono, olvidando la esencia del viaje y los pedales.

Hacia abajo miramos también todos. Al suelo -o mejor dicho al ombligo- con ese maldito dispositivo que nos reduce el mundo a una atención máxima de 3 segundos. También a veces

Y así andamos. Moviendo la cabeza como el perrito del coche que bascula según la inercia. Hacia arriba, hacia abajo y a cada uno de los lados. Y así seguiremos. Mientras el cuello -y el corazón- aguanten.

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