jueves, 7 de agosto de 2014

la victoria lenta


Soy un vencedor lento. Eso creo. O eso quiero creer para que al menos me sirva de consuelo cuando veo como -aparentemente- algunas oportunidades se escapan...

Vencedor lento, un concepto contradictorio en esta sociedad impaciente que nos envuelve y arrastra. Se lo escuché el otro día a Luis Rojas Marcos, en una entrevista televisiva en que se autodefinía de esa manera. Él lo aplicaba al deporte. A sus 70 años Rojas Marcos sigue corriendo maratones, a más de 4 horas eso sí. De ahí lo de vencedor lento. Porque tarda sí, el doble del que llega el primero, pero gana. 

Gana porque no importa llegar más rápido. Importa llegarGana porque sabe cuáles son sus límites y cómo puede bordearlos hasta alcanzar lo que se plantea. Gana porque se supera -o no-, pero él es consciente del esfuerzo y eso le basta. Rojas Marcos es siquiatra, sabe bien de lo que habla.



También sabe bien de lo que habla Carl Honoré, autor canadiense del libro “Elogio de la lentitud”, una compilación de reflexiones sobre la pausa necesaria en contraposición con las prisas, la impaciencia, la ansiedad, la velocidad que nos rodea. Esa obsesión enfermiza por no perder el tiempo -y acabar por perderlo todo sin saberlo-. Creo que vivir deprisa no es vivir, es sobrevivir” dice Honoré.
“Nuestra cultura nos inculca el miedo a perder el tiempo,
 pero la paradoja es que la aceleración nos hace desperdiciar la vida (…)". Cuanto más deprisa corro, menos pienso, añado yo.



Tempus fugit, dejó escrito Virgilio allá por el s. I. Y ahora, en lugar de aprovecharlo lo vamos acumulando sin sentido -y sin sentidos-, dejándonos seducir por los nuevos hombres grises de los que ya nos advirtió Michael Ende. “El verdadero tiempo no se puede medir por el reloj o el calendario (…) Para vivir de verdad hay que tener tiempo. Hay que ser libre” decía Ende en “Momo”, una novela que aguarda muchas reflexiones válidas para todos los que hoy adultos, la leímos siendo jóvenes o niños.


Los niños son -o pueden ser- el ejemplo, de como disfrutar. “¿A ti no te han enseñado a esperar?” decía mi sobrina Elsa cuando alguno de la familia se levantaba rápido de la mesa, con la comida todavía en los platos. Apenas tenía 5 años. Los niños son naturales, directos, espontáneos, felices, vivos… hasta que poco a poco los domesticamos.

Leí hace tiempo un reportaje sobre “La tercera ola” del sociólogo Alvin Toffler. Explicaba -además de diversas teorías económicas- como la escuela, sirvió en su momento como elemento transformador, no solo en sentido real, cuanto a la transmisión de conocimientos entre las personas, sino también como mecanismo para cambiar los hábitos, las rutinas, el comportamiento de los niños y jóvenes. Y acostumbrarlos a funcionar con horarios estrictos -al son de la sirena o la campana-, a no hablar, a estar estáticos en una estancia cerrada, en un espacio reducido. Como si más que dar una formación en conocimientos para la vida los preparaba para el trabajo en cadena de las fábricas. La escuela -algunas- como modeladora de futuros autómatas -algunos-.

Nueva vida, nuevos tiempos. Mismos anclajes, mismos privilegios

Soy un vencedor lento. O al menos, me gustaría aprender a serlo. Y que cuando llegara el momento de echar la vista atrás, poder decir satisfecho: “Al fin llego. Tarde, pero llego".

www.haciarutasdecambiopositivo.wordpress.com


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