Hoy me ha fallado un cable. De esos de colores que tanto le gustan a mi hijo Mateu para hacer conexiones imposibles: entre el móvil y el ordenador, entre una batería externa y la plancha, de un altavoz a la pizarra, del radiador a la escoba… en una maraña que solo él entiende y solo él desentraña...
Hoy me ha fallado un cable de los que conectan neuronas y emociones. Y antiguos recuerdos, que ya no valen.
Hoy me ha fallado un cable. Y empiezo a ver algo borroso, sin acabar de observar nítida la foto. Mirando con esa presbicia implacable que no perdona los años y te obliga a alejar los prospectos. Malditos prospectos.
Hoy me ha fallado otro cable. De esos que se van soltando de tanto forzar y estirar, en balde. Hasta que se rompen por dentro aunque el revestimiento aguante. Y ahora soy yo el que se ve difuminado. Se me caen los píxeles de la piel. Indefinido, indefenso, inacabado, imperfecto. Invisible, transparente.
Hoy se me desconectó otro cable. Y esta vez es de los grandes. Menos mal que tengo un Mateu que me los apañe.
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