Cuesta abajo y sin frenos. Así va la vida cuando a la vuelta de la esquina asoma la sombra del cinco. No lo negaré. Da algo de vértigo…
Un día de repente sacas la cabeza de esas orejeras que nos -auto- imponemos para llenarnos los días y ocuparnos de lo inmediato -que no de lo importante- y te das cuenta que el camino ya va cuesta abajo.
Que la meta está más cerca que la salida y que el cronómetro no se detiene, aunque aprietes ahora los botones rápido -dos veces-, como cuando de pequeños jugábamos a ver quién paraba antes el Casio.
Cuesta abajo y sin remedio. Aunque intentes no resbalar y aferrarte a la tierra clavando los pies y las uñas en el suelo.
Bueno, habrá que afrontarlo, no? La mochila ya está algo gastada y con rozaduras, acumula peso, experiencias, alegrías y tristezas… pero todavía hay hueco.
Así que, sí, cuesta abajo… pero sin miedo. Y a disfrutar del camino, a veces andando, a veces corriendo, a veces llorando, a veces sonriendo. Sin miedo. Y a llenar la mochila. Que todavía quedan sueños.
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