Suena el ascensor y no se abre la puerta en la última parada. Y se oyen las llaves de otras casas y las palabras de alegría y bienvenida que resuenan todavía más en el eco del silencio...
Suena el ascensor y el corazón se despierta, aunque solo sea por unos segundos en que la memoria juega a engañarse a sí misma. Hasta que vuelve a dormitar y se mece en los recuerdos.
Suena el ascensor y se me acaban las respuestas para la misma pregunta. Y rebuscas en los bolsillos para encontrar la paciencia que amanse a las fieras inquietas.
Suena el ascensor. Y ya no hay música que lo convierta en esa magdalena de Proust que nos lleva a la infancia y a la inocencia perdida.
Ahora sube el ascensor de nuevo. Pero ya no suena.
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