Me
duele la inercia que nos lleva y arrastra. Y que no nos deja pensarnos. A veces
por falta de tiempo, a veces por falta de ganas. A veces, también, por miedo -a
no aguantar lo que vemos-. Y mientras, la vida pasa…
Como el agua de río, que nunca
descansa.
Tan pronto brava, tan pronto calma. Esas aguas rebeldes que resisten nuestras
ofensas y que nos recuerdan que, también el hombre pasa, mientras la naturaleza
perdura -renace, se adapta y muta-. También cambia el hombre, y nuestra vulgar rutina, con esos presuntos avances que llaman tecnología. La que nos
facilita los quehaceres. La que nos aleja de nuestra alma animal y del ciclo de
la vida.
No hace tanto que el sol y el
agua marcaba nuestro calendario. Con los ojos de ahora – tan ocupados en internet,
Facebook, twitter, tablets y iphones – y con las prisas que corren, sorprende
saber de gancheros. Los pastores de troncos que hace tan sólo 50 años aún conducían
los maderos a lo largo del río, desde los bosques a los aserraderos. Lo cuenta
-lo contaba- José Luis Sampedro en el libro “El río que nos lleva” publicado allá
por los años sesenta. Pastores de troncos Tajo abajo, atravesando la Mancha. Como
también pastoreaban los troncos los almadieros de Navarra y los de la maerà del río Júcar en la Muela de Cortés en Valencia. Viviendo al ritmo del agua, siguiendo
el orden del río, durmiendo entre árboles y riscos, comiendo “pan y navaja”.
Me
encantó el libro de Sampedro y la vida de los gancheros. Me identificaba con
ellos. Y trataba de encontrar enseñanzas para esta vida de hoy, para esta vida
sin freno. Pero estaba equivocado. No somos si quiera gancheros. Somos más bien
esos troncos a quienes otros arrastran, a quienes otros conducen, a quienes
otros enganchan. Imposible no rebelarse ante una inercia tan basta. Imposible no admirar a Sampedro por como -a pesar de la censura- dijera las cosas tan claras.
“La crisis es demasiado profunda. Veo fallar las instituciones demasiado. Se ve clarísimo levantando los ojos de los diarios que nos ponen como anteojeras y comparándolos a lo largo de un siglo… Yo ya no puedo ser otro; estoy anclado en mi tiempo. Pero desde él veo el hambre, la ignorancia, el sufrimiento, y no acepto la excusa cobarde que siempre lo habrá; no me quedo tranquilo con eso, es demasiado sospechoso de comodidad por parte de quienes no padecemos la miseria.
Veo además que muchos se han aliviado ya o, por lo menos, que las plagas de ayer desaparecieron; luego hay que ocuparse de las de hoy hasta extirparlas. No, no vale decir que entonces surgirán mañana otras nuevas y que el hombre siempre será desgraciado; eso no me disculpa, no me cura la sensación de complicidad. Y entonces, si es que el mecanismo ya no sirve, ¡abajo el mecanismo! (…)”
“El hombre, el hombre! ¡Ésa es mi esperanza!”
José Luis Sampedro “El río que
nos lleva” 1961
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