12 años y 361 días es lo que separan dos papeles. 4745 días. 4745 vidas en cualquier insecto. Una insignificancia en la historia del planeta.
Pedaleo pausado, consciente en ese momento de vestir casualmente de negro. Paro junto a la valla aquella donde empezó todo. “He soñado contigo”. “Me das tu correo” pregunté de forma -no tan- inocente para iniciar un torrente de mensajes que hoy son solo un recuerdo encuadernado.
Pedaleo despacio, para no chocar con los vecinos de la calle peatonal y para no atropellar los recuerdos que se acumulan en la cabeza.
Ya en el papel una firma. Y a esperar un frío correo para hacer la anotación pertinente. Puro trámite 4745 días después que se solventan con un abrazo. Y qué te voy a decir si yo acabo de llegar.
De regreso, en la bici, me percato que, de forma involuntaria, no he activado la aplicación para registrar el recorrido, como hago todos los días. Mejor no recordarlo.
También de regreso otra coincidencia. Paso delante de aquella pizzeria en que olvidaste una cámara de fotos en las que yo todavía no salía. Papeles también que se pierden en el tiempo.
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