Creo que me faltan dos nervios. En
realidad los tengo, pero muertos. De dos muelas, que en realidad todavía tengo,
pero rotas. Y también muertas...
Tampoco es la solución. Elimina el
dolor pero elimina también la vida. O mejor dicho: elimina el dolor porque
elimina también la vida. Y con el tiempo la muela desvitalizada pierde fuerza,
se debilita y se parte. Entonces viene otra medida drástica: poner un implante
-también temporal, para qué engañarse-.
Lo sorprendente no es que los dentistas
no hayan encontrado un método más resolutivo. Bastante hacen -y bastante
afortunados somos- si atendemos a los métodos que utilizaban hace solo un par
de siglos. No hay más que juntar las palabras alicates, alcohol y sangre para
hacerse a una idea.
Lo llamativo es que a veces copiamos el
método en otros aspectos de nuestro día a día. Cuando algo nos duele, cuando
algo nos daña, lo desvitalizamos y asunto -mal- resuelto. Tiempo al tiempo. O
nos desvitalizamos directamente. No hay vida no hay dolor. No hay dolor, no hay
sentimiento. Mal engaño. Porque a la larga el daño sale. Porque al igual que el agua de la
lluvia necesita encontrar su camino, el dolor, también necesita expresarse.
Me olvidé de vivir para no dolerme. Me
apagué, dejando solo el piloto del stand by como un lejano recuerdo, como un faro deshabitado, apenas sin
luz, apenas sin latido. Pero ahora ya he vuelto. Aunque me falten dos nervios.
No hay comentarios:
Publicar un comentario