martes, 9 de septiembre de 2014

muelas, juicios y nervios


Creo que me faltan dos nervios. En realidad los tengo, pero muertos. De dos muelas, que en realidad todavía tengo, pero rotas. Y también muertas...

Están desvitalizadas que me dice Violeta, mi odontóloga. Es el procedimiento habitual cuando hay una caries -cuando hay un daño, un dolor- profunda e irreparable. Ya no valen los parches. Hay que tomar medidas drásticas: una endodoncia

Tampoco es la solución. Elimina el dolor pero elimina también la vida. O mejor dicho: elimina el dolor porque elimina también la vida. Y con el tiempo la muela desvitalizada pierde fuerza, se debilita y se parte. Entonces viene otra medida drástica: poner un implante -también temporal, para qué engañarse-.

Lo sorprendente no es que los dentistas no hayan encontrado un método más resolutivo. Bastante hacen -y bastante afortunados somos- si atendemos a los métodos que utilizaban hace solo un par de siglos. No hay más que juntar las palabras alicates, alcohol y sangre para hacerse a una idea.



Lo llamativo es que a veces copiamos el método en otros aspectos de nuestro día a día. Cuando algo nos duele, cuando algo nos daña, lo desvitalizamos y asunto -mal- resuelto. Tiempo al tiempo. O nos desvitalizamos directamente. No hay vida no hay dolor. No hay dolor, no hay sentimiento. Mal engaño. Porque a la larga el daño sale. Porque al igual que el agua de la lluvia necesita encontrar su camino, el dolor, también necesita expresarse.

Me olvidé de vivir para no dolerme. Me apagué, dejando solo el piloto del stand by como un lejano recuerdo, como un faro deshabitado, apenas sin luz, apenas sin latido. Pero ahora ya he vuelto. Aunque me falten dos nervios.

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