Es
difícil andar acompasado. Conjugar necesidades e intereses, latidos y deseos en
esta época en que se impone el yo sobre el nosotros. El ego, siempre el ego...
Cuesta
saber cuando poner pausa y cuando acelerar el paso. Cuesta acertar a elegir los
momentos de descanso. Cuesta definir el punto adecuado de sal y de
revoluciones. Y cuando cambiar la marcha. Y cómo hacerlo sin dar saltos
innecesarios.
Es
difícil andar acompasado en una armonía que recoja toda la musicalidad posible,
que permita conjugar el bajo con el tiple; trompetas y trombones, timbales y
violines. Sonrisas y mordiscos. Cuesta acompasar los ritmos, sonidos y
velocidades. Como una melodía infinita de notas disonantes a las que darle
sentido y darle también aire libre.
Como
una banda de jazz, donde cada uno elige y, sobre una misma base, improvisa,
escoge y decide su propia interpretación, que a veces desentona y confunde pero
guarda siempre un hilo común invisible al ritmo del contrabajo -constante,
preciso, pausado-. Un punto al que regresar donde sentirse seguro. Un punto al
que regresar después de haberse perdido. Bum…bum…bum…bum. Como latidos
casi imperceptibles que te van señalando la dirección y el camino.
Bum…bum…bum…bum…
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