Miro
la aguja y no avanza. Permanece estática, inmóvil -desafiante- ante la mirada
estéril y desesperada de unos ojos sin palabras. Y no pasa, el tiempo. Y no
pasa, nada…
Queda la huella. Aunque la zurcidora sea experta y tenga ese huevo -mágico- de madera que le permite entrar y salir del calcetín -y del corazón- sin esfuerzo y sin daño aparente. Queda la huella aunque a veces te sientas con fuerzas de coger tu mismo la aguja y zurcirte la piel, cual Rambo, sin anestesia. Queda la cicatriz como recuerdo visible. Queda también la huella interna.
“No hay personalidad ni calcetín zurcidos -dice Juan José Millás en su última novela- en los que no se aprecie, si se observa, la línea de la herida o la señal de extravío originales”.
“No hay personalidad ni calcetín zurcidos -dice Juan José Millás en su última novela- en los que no se aprecie, si se observa, la línea de la herida o la señal de extravío originales”.
Es
una novela diferente esta de Millás, de título significativo “La mujer loca”,
escrita con desdobles de personalidad, con suicidas muy cuerdas y una joven
pescadera a quien se le aparecen frases perdidas que necesitan su ayuda.
También se le aparece algún que otro personaje imaginario que le atormenta,
como un cartero analfabeto incapaz de repartir el correo.
Esta joven -la mujer
loca- descubre a poco a poco la tiranía del lenguaje y le plantea a Millás
preguntas aparentemente inocentes y absurdas: “¿Eres escritor o tienes
escritura?”. Difícil respuesta.
Lo
pienso, reflexiono y concluyo que lo mío es solo escritura -apenas unas décimas-. Mientras, observo cómo avanza la aguja con el hilo en la
chepa, que intenta -y no puede- zurcir las heridas sin dejar huella. Mientras,
observo la otra aguja -tranquila, protegida y cómoda- en su esfera. Me resigno. Tendrá que
moverse la aguja, digo. Dale tiempo. Déjala que corra. Déjala.
Y no pasa el sueño. Y no pasan los recuerdos. Pasa el tiempo. Y no pasa. Déjala que corra. Déjala.
Y no pasa el sueño. Y no pasan los recuerdos. Pasa el tiempo. Y no pasa. Déjala que corra. Déjala.
“El zurcido era un arte de la costura consistente en arreglar un roto de tal modo que no se note la reparación. Se requerían para ello dotes enormes de paciencia, de conocimiento del tejido sobre el que se operaba, pero también de amor por la prenda, por su dueño y por el trabajo bien hecho".
"Tenía algo de microcirugía en la medida en que había que tapar el agujero uniendo los hilos sueltos del roto como el cirujano ensambla los capilares de una herida. Aún y con todo, no hay personalidad ni calcetín zurcidos en los que no se aprecie, si se observa, la línea de la herida o la señal de extravío originales”.
"La mujer loca",
Juan José Millás
Gon
ResponderEliminartu tienes buena zurzidora.
las heridas son muchas veces inevitables.
Hay que rodearse de buenas zurcidoras y buenos zurcidores. Si es en plural mejor
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