lunes, 23 de junio de 2014

mover el sol


Una pared, una pelota, un frontón, una cabeza que golpea -y golpea- insistente sobre el muro de piedra. Que rebota y rebota. Que rebota y golpea. Hasta que sangra -y sangra-. Y no se da cuenta…

No se da cuenta que a veces nos empeñamos en imposibles, derrochamos esfuerzos banales y nos desgastamos en batallas innecesarias. A veces nos confundimos de objetivo -o de enemigo-, equivocamos el tiempo y equivocamos el rumbo

Y lo peor no son las energías invertidas, ni el fracaso -inevitable-. Lo lamentable es no aprender, no quitarnos las orejeras, y acabar dejando que nos abrace la resignación, el abandono, la desidia y la tristeza. Para qué luchar si no puedo alcanzar la victoria. A veces nos empeñamos en querer convertir en eternos algunos absurdos castillos de arena. 

Me lo dijo -sin decirlo- Manolo, un buen amigo con el que estuve recientemente caminando hasta Santiago. Un día, tumbados bajo un árbol después de andar 20 kilómetros y después de comer -bien, para qué engañarnos-, dejábamos escapar el tiempo hasta que aliviara el calor que nos había azotado durante la mañana. El sol, pero, seguía -insistente-, y perseguía nuestros intentos de protegernos bajo las ramas del viejo castaño. “Puto sol”, creo que dije, “vuelve a darme en toda la cara”. Manolo, sin inmutarse, bien guarecido en su parcela de sombra, simplificó y exageró el consejo: “Muévelo. Mueve el Sol”. Y asunto resuelto.




Cuanta filosofía en tres palabras: Mueve el sol. Algo así como decir: “¿De qué te quejas?, Muévete tú que puedes. Si no le pones remedio es porque no quieres. Está en tu mano”. Y es cierto. Está en nuestra mano resignarnos a la cotidianidad y está en nuestra mano intentar darle la vuelta, plantearnos objetivos, a veces complicados, difíciles o aparentemente imposibles. 

Está en nuestra mano actuar, movernos, andar, ir dando poco a poco los pasos que nos acerquen allá adonde quiera que caminamos. Luchar y levantarnos cuando nos duelan los pies; luchar y levantarnos cuando nos duelan las manos. Luchar y levantarnos cuando nos sangre el corazón y el alma. Y ser conscientes de que no siempre hay recompensa.

La peor derrota es la que nos autoimponemos. El peor fracaso es por aquello que no intentamos. “Vivir pasivamente” dice el filósofo José Antonio Marina en el libro “La Creatividad literaria”, “limita nuestras posibilidades de actuar, nos debilita y somete a servidumbres varias, enmohece nuestras capacidades y puede intoxicarnos de comodidad”.




Comodidad. Estamos intoxicados de comodidad, de excusas y de muros invisibles que a veces creemos más firmes que los de piedra. 

Y mientras, la tierra gira. Y mientras, la vida pasa. Y mientras, el Sol camina despacio en el cielo, ajeno a nuestras miradas y a nuestros ridículos intentos por moverlo desde la distancia. Y mientras, el moho -silencioso- comienza a acumularse en nuestras espaldas.


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