El
otro día se me paró el mundo. En seco. Después de unos meses de
desasosiego, después de un periodo de -falsa- incertidumbre, de espera
inevitable y de final anunciado. Todo se detuvo por un instante. El tiempo
necesario para coger aire. Y seguir andando.
Ahora
ya puedo dar cuerda. Ahora ya puedo dar pasos. Ahora ya puedo andar, aunque a
veces lo haga a ciegas, aunque a veces vaya tan despacio que desde la
distancia parece que no avanzo. Avanzo. Despacio. Avanzo.
Para
andar no siempre hace falta saber el camino, ni tienes que seguir las señales,
ni tienes que seguir otros rastros. Sólo hace falta seguirte a ti mismo. Obvio.
Puedes andar por andar -hasta encontrarte-. Puedes andar por experimentar. Y
conocer nuevas rutas. Nunca sabes que esconde un desvío inesperado -ni si tiene
retorno, ni si tiene salida, ni si tiene peligro-. Puedes andar, arrepentirte e
intentar desandar lo andado. Todos hemos torcido alguna vez los pasos. Avanzo.
Retrocedo. Avanzo.
Puedes
andar por huir, sin saber bien el por qué, sin saber bien de quién, ni si
quiera saber cuánto. Puedes andar con la conciencia en la espalda y la sombra
en un costado. Puedes andar solo. Y no pasa nada. Y no pasa nadie. Aunque mejor
siempre acompañado. Puedes andar con red -temeroso, mirando siempre hacia abajo-. O puedes andar sin red -temerario- e intentar saborear cada
piedra, cada río, cada cielo. Puedes andar y soñar a la vez. Puedes andar y llorar -también a la vez-. Avanzo.
Sonrío. Lloro. Avanzo.
Puedes
andar y rendirte al primer contratiempo. Puedes andar y gritar tu verdad. Puedes
andar y tragarte el dolor y la rabia. Y tener que parar para reorientar
coordenadas, para diseñar nuevos retos. Y levantarte. Y calzarte las botas de
nuevo. Y hacer camino. Y hacer memoria. Aquí estamos. Andando. Avanzo.
No hay comentarios:
Publicar un comentario