domingo, 27 de abril de 2014

pagar la pena


Hay penas que son una condena y hay penas que son una esperanza. Hay penas que son impuestas -la mayoría- pero hay otras -las menos- que son voluntarias, aceptadas. Y vale la pena, pagar un peaje por ellas. 
Hay penas insustanciales y penas que no soportas. Hay dolores, castigos y condenas que te abordan sin previo aviso cuando aún no has acabado de cambiar de acera. Hay sufrimientos baldíos y sufrimientos sin respuesta. Pero hay ideales, personas y proyectos que tienen tanto valor como para penar por ellas, como para penar por ellos.

Algo vale la pena, explica Paulo Coelho en "El Peregrino", cuando asumes el esfuerzo que te va a exigir, cuando asumes que tendrás que pasar penalidades para conseguirlo. También cuando asumes el riesgo de una recompensa a veces incierta.




Vale la pena el sufrimiento del camino cuando -al fin- llegas a la meta. Vale la pena el sufrimiento de El Camino cuando -agotado, sudoroso, satisfecho- llegas a Compostela. Vale la pena el frío, el hambre, el cansancio cuando en la cima contemplas los paisajes de la tierra -aunque sea sólo un minuto-. Vale la pena los silencios, la soledad, el tiempo perdido cuando por fin acabas de saborear un buen libro. Vale la pena el patiment cuando ves ganar -o al menos pelear- a tu equipo, aunque a veces sea cruel e injusto el destino. 

Vale la pena el sueño, el cansancio, los enfados, cuando ves crecer a tu ombligo. Vale la pena las horas, los gritos -de alegría o de cabreo-, los abrazos cuando de verdad se dan con sentido. Valen la pena los favores pedidos, los favores devueltos cuando son por un buen amigo. Vale la pena luchar cuando es por un combate -y un ideal- digno. Vale la pena el tiempo invertido -las risas, los lloros, los enfados, los mimos- en intentar ser feliz contigo. 


Vale la pena. En valenciano usamos otra expresión: paga la pena. Es incluso más gráfica. Da a entender que lo que vale la pena cuesta sufrimiento pero también dinero, aunque sea en sentido figurado. Y no importa el por qué, ni importa el cómo, ni quieres calcular el cuánto. Importa el qué. Importa el quién. 


La penitencia sólo tiene sentido cuando la sufre el que quiere pagarla. Hay quien paga las penas ajenas con dinero también ajeno. Carece de todo mérito. Ni lo hacen con conciencia limpia, ni compensa, ni soluciona el problema. Ni paga de verdad la pena, ni sirve de consuelo. Al contrario. No hace más que evidenciar -aún más- las miserias de quien juega incluso con los tiempos y paga cuando le interesa para que las estadísticas no le estropeen una realidad a medida -a costa del dinero y del sufrimiento ajeno-. De quien intenta justificarse con encuestas torticeras. Miseria. 

Cuando acepto una pena asumo las consecuencias. Yo elijo por lo que pago y elijo por lo que peno. Y cuando te veo sonreír siento que vale la pena la espera, vale la pena el esfuerzo. 





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