jueves, 12 de diciembre de 2013

sangre en las calles


Hay gente miserable. Mucha. Que siguen máximas y pensamientos miserables. Como una que dicen que rige a los mercados y a algunos hombres acaudalados: “Cuando veas sangre en las calles, es tiempo de comprar propiedades”. La escuché el otro día en una película de estas norteamericanas -insustanciales-. No creí que fuera cierta hasta que la busqué. Y existe la frase. Y existe la gente miserable.

La frase se le atribuye a un especulador, a un inversor sin escrúpulos -según podemos deducir de sus palabras- que en todo caso en los libros de economía e historia aparece como el creador de una dinastía de reputados banqueros, el barón de Rostchild. Dicen que la dijo allá por el siglo XVIII, y que aplicando ese método -tan humano- hizo buena parte de su imperio. Ahora sigue vigente. Aunque no hay sangre porque somos bastante más civilizados -o acomodados-. No sé hasta cuando. 

Dicen en España que debemos estar esperanzados porque está llegando el dinero. Que los fondos de inversión han puestos sus ojos en nosotros. Que llegarán unos 20.000 millones de euros en 2 años -aunque desgraciadamente no generará trabajo en el muy corto plazo, vaya-. Viene el dinero porque ahora somos baratos. Como lo es también Grecia, Portugal o lo será Italia. O como lo fue Sudamérica en su momento. Es la globalización de la miseria.

El mecanismo es el de toda la vida, pero ahora el tablero de juego es más grande. El dinero siempre ha marcado el diseño de las ciudades. Lo cuenta a la perfección Eduardo Mendoza en su novela “La ciudad de los prodigios”, como la Barcelona de final de siglo XIX y principios del siglo XX se transformó con las exposiciones universales. Y con la sangre que en esas décadas de pistoleros, revoluciones y cambios existía en las calles de la Ciudad Condal.



Aquí en Valencia también lo hemos vivido pero en época más reciente, tanto por el crecimiento que llegó de la mano del dinero fácil y los grandes eventos, como por la rehabilitación "obligada" de ciertos núcleos urbanos. Se dejaron hundir algunos barrios: sin inversiones, sin medios, con suciedad y con delincuencia, hasta que los vecinos -desesperados, hartos-, vendían los inmuebles, para regocijo de quien compraba barato, rehabilitaba y vendía caro. Negocio indecente beneficiado por políticas indecentes.

Me lo comentó un antiguo inspector de Policía Nacional que antes colaboraba en la radio donde trabajaba -trabajo-. No había decisiones casuales. Las sospechas eran ciertas. Se destinaban de forma consciente menos recursos y menos agentes y el día a día hacía el resto. Así pasó en el Barrio del Carmen en el centro de Valencia o en el barrio de Campanar con aquella “casual” presencia continuada de toxicómanos que “casualmente” pinchaban las jeringuillas en los naranjos, y ante la desconfianza y la presión obligaron a muchos llauros a malvender los campos. Ahora hay fincas allí. 

Así también se está intentando en el Cabanyal. De este barrio de pescadores, de auténtico sabor valenciano, recomiendo el libro de mi compañera Yolanda Damià y de Pep Martorell. “Pessics del Marítim”. Intentan rescatar del olvido personajes e historias del barrio. También edificios, antaño emblemáticos, hoy convertidos en solares que piden justicia con gritos de silencio.




La silenciosa protesta dels solars. Amb un silenci escandalós protesten pel destí al que els ha abocat la precipitació o la premeditació –qui sap-, tot i lamentant la imatge de deteriorrament i abandó que ofereixen al vianant (…). Unes vegades perquè els hòmens no parlaren a temps i altres per la falta de compromís de les autoritats, a les que no agrada escoltar opinions distintes a la seua propia (…) part de l’essència del Marítim va llanguint, camí a la desaparició"

Yolanda Damià i Pep Martorell 
“Pessics del Marítim” ROM Editors


Globalización de la miseria. Lo que antes se hacía en barrios, ahora se hace en ciudades, en comunidades, en naciones enteras. Dejamos que se hunda su economía, para que luego al olor de la sangre y de los inmuebles baratos aparezcan los fondos de inversiones, fondos que compran hasta las viviendas oficiales, para subarrendar los contratos. Por una tercera parte. Negocio asegurado. 

Quisiera pensar que son una minoría -poderosa, pero minoría-, que no todos somos así de miserables. Quisiera pensar que se puede revertir el sistema. Quisiera pensar que todavía existe una mayor parte de los ciudadanos que cuando ve sangre en las calles se dedica a cuidar a los heridos en lugar de pensar en su propio beneficio. 

Quisiera pensar… que no soy un ingenuo. Quisiera pensar que, como me comentaba el otro día Chema en este blog, algún día acabarán ganando los buenos. 

2 comentarios:

  1. no puc estar més d'acord en tot el que dius. M'encanta l'article.

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    1. Gràcies Josep Vicent pel comentari. Te convide que pegues una llegida a altres articles del blog a vore si també t'agraden. Si t'agraden m'ho dius. Si no, també.

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