De
vez en cuando se te aparece un trozo de vida. Sin darte apenas cuenta, entre
rutina y rutina. Se asoma, sin querer, por el bolsillo. Como un aviso, como una
pequeña señal, como un recordatorio de que está ahí, al alcance de la mano, esperando
a que la atrapes. Esperando a que le eches sal, aunque sea solo una pizca...
Me lancé sin pensármelo mucho. Tenía la bici, tenía las luces, tenía el chaleco. Tenía las piernas y hacía buen tiempo. Ya había rodado en otras ocasiones de noche por la ciudad, ¿por qué no hacerlo? Mejor no dar tiempo a que me (con)venciera el miedo.
Me sorprendió la noche. Se ve muy claro.
Diferente. Distinto. Lugares por los que has pasado mil veces, presentan
otro color, otro aspecto, otro brillo. Lejos de esas luces de ciudad omnipresentes
que nos inundan cuando el sol descansa. Lejos de esas luces excesivas que más
que iluminar, deslumbran y confuden. Nos hacen desconectar de los ciclos de la
vida. Tan fácil. Tan sencilla: A veces de noche. A veces de día.
La noche y la oscuridad me atraen. Disfruté pedaleando
montaña arriba. Solo, con una pequeña luz marcándome el camino, a modo de brújula. Igual que disfruté
cuando -también de noche- subí el otro día al Castillo de Serra, con Paco, un buen amigo. Y disfruté con Cristina, mi mujer, cuando hicimos una increíble ruta nocturna
observando tarántulas en el Bosque Nuboso de Monteverde, allá en Costa Rica.
Pequeños placeres de la vida.
Si algo lamento de la salida nocturna en bici del sábado pasado es no haberla hecho antes. Y no haberla saboreado más. No haber ido más lento. No haber sido más consciente y disfrutar de cada giro, de cada luz, de cada estrella. Confío que estarán cuando vuelva.
Recuerdo lo que un chaval joven me dijo cuando pasaba pedaleando en penumbras por una Náquera encendida en fiestas. “Estás loco” soltó a voz en grito con el cubata en la mano. De acuerdo. Llámame loco. Llámalo locura. Pero estas pequeñas locuras son las que me hacen sentir vivo.
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“La pizca de sal” es también el nombre de barecito que hay en Valencia,
en el barrio del Carmen, junto a las Torres de Quart. Muy recomendable degustar
en verano una de sus cazuelillas, en la terraza a la luz de las Torres. Las
gastronomía es otra de esos pequeños/grandes placeres de la vida.
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Sr. Naya, tenemos que poner en nuestra vida la sal necesaria, para evitar vivir encerrados en la rutina, pero ojo, que como decía mi abuelo "Rajoler", ... "Qui cuina salat, cuina per als gats"... Jejeje
ResponderEliminarCom tot a la vida, hem de trobar el punt d'equilibri necessari a la sal de la vida...
EliminarPor cierto, hay que repetir ...
ResponderEliminarCuando quiera usted. Y cuando se anime con la bici también. Me trajo Papa Noel un chaleco reflectante para este próximo verano...
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