martes, 1 de octubre de 2013

una pizca de sal


De vez en cuando se te aparece un trozo de vida. Sin darte apenas cuenta, entre rutina y rutina. Se asoma, sin querer, por el bolsillo. Como un aviso, como una pequeña señal, como un recordatorio de que está ahí, al alcance de la mano, esperando a que la atrapes. Esperando a que le eches sal, aunque sea solo una pizca...

El otro día hice una pequeña locura -con nocturnidad y alevosía-. Cogí la bici y subí al Oronet, un pequeño puerto de montaña a 30 km de Valencia, una zona muy transitada por los ciclistas. Si te plantas allí cualquier domingo por la mañana puedes llegar a ver pasar algunos cientos. De noche estaba desierto. Ni un alma. Ni un pedaleo. 

Me lancé sin pensármelo mucho. Tenía la bici, tenía las luces, tenía el chaleco. Tenía las piernas y hacía buen tiempo. Ya había rodado en otras ocasiones de noche por la ciudad, ¿por qué no hacerlo? Mejor no dar tiempo a que me (con)venciera el miedo.





Me sorprendió la noche. Se ve muy claro. Diferente. Distinto. Lugares por los que has pasado mil veces, presentan otro color, otro aspecto, otro brillo. Lejos de esas luces de ciudad omnipresentes que nos inundan cuando el sol descansa. Lejos de esas luces excesivas que más que iluminar, deslumbran y confuden. Nos hacen desconectar de los ciclos de la vida. Tan fácil. Tan sencilla: A veces de noche. A veces de día. 

La noche y la oscuridad me atraen. Disfruté pedaleando montaña arriba. Solo, con una pequeña luz marcándome el camino, a modo de brújula. Igual que disfruté cuando -también de noche- subí el otro día al Castillo de Serra, con Paco, un buen amigo. Y disfruté con Cristina, mi mujer, cuando hicimos una increíble ruta nocturna observando tarántulas en el Bosque Nuboso de Monteverde, allá en Costa Rica. Pequeños placeres de la vida.







Si algo lamento de la salida nocturna en bici del sábado pasado es no haberla hecho antes. Y no haberla saboreado más. No haber ido más lento. No haber sido más consciente y disfrutar de cada giro, de cada luz, de cada estrella. Confío que estarán cuando vuelva. 

Recuerdo lo que un chaval joven me dijo cuando pasaba pedaleando en penumbras por una Náquera encendida en fiestas. “Estás loco” soltó a voz en grito con el cubata en la mano. De acuerdo. Llámame loco. Llámalo locura. Pero estas pequeñas locuras son las que me hacen sentir vivo.


********
“La pizca de sal” es también el nombre de barecito que hay en Valencia, en el barrio del Carmen, junto a las Torres de Quart. Muy recomendable degustar en verano una de sus cazuelillas, en la terraza a la luz de las Torres. Las gastronomía es otra de esos pequeños/grandes placeres de la vida. 
********



4 comentarios:

  1. Sr. Naya, tenemos que poner en nuestra vida la sal necesaria, para evitar vivir encerrados en la rutina, pero ojo, que como decía mi abuelo "Rajoler", ... "Qui cuina salat, cuina per als gats"... Jejeje

    ResponderEliminar
    Respuestas
    1. Com tot a la vida, hem de trobar el punt d'equilibri necessari a la sal de la vida...

      Eliminar
  2. Por cierto, hay que repetir ...

    ResponderEliminar
    Respuestas
    1. Cuando quiera usted. Y cuando se anime con la bici también. Me trajo Papa Noel un chaleco reflectante para este próximo verano...

      Eliminar