Se
nos van los principios por la boca. O por los ojos –esos que cerramos al tiempo
que nuestra conciencia-. Y por las axilas. Vamos que nos la suda todo. Y todos.
Tristes egoístas insolidarios...
En
realidad salimos muy baratos. Nos
conformamos con poco. Apenas cuatro cacharros revestidos de tecnología nos bastan para vender nuestra
alma al diablo. Ya no quedan apenas héroes. Ya no quedan casi valientes. Como aquel jornalero que en los años de la República respondió contundente al cacique que le amenazaba con dejarlo sin trabajo si no le vendía su voto. “En mi
hambre mando yo” le dijo digno, según cuenta Salvador de Madariaga en su libro "España". Ahora ya
no mandamos ni en nuestro hambre. Preferimos engordar como vulgar ganado.
Será
el calor de este final del verano. Será la decepción. Será sólo un mal rato.
Serán los años. A veces me siento derrotado.
No hay comentarios:
Publicar un comentario