jueves, 19 de septiembre de 2013

dignidad a precio de saldo


Se nos van los principios por la boca. O por los ojos –esos que cerramos al tiempo que nuestra conciencia-. Y por las axilas. Vamos que nos la suda todo. Y todos. Tristes egoístas insolidarios...

Tristes egoístas acomodados. Incapaces de levantarnos del sofá donde se nos escapa la vida. Postrados. Enredados en debates absurdos y en absurdos cansancios. Embobados con las armas de desorientación masiva, con el frágil equilibrio del miedo a perder lo mucho o poco que inútilmente acumulamos en los armarios. Fingiéndonos indignados ante tanto y tanto escándalo –solo unos segundos, hasta que cambiamos de canal con el mando-.

En realidad salimos muy baratos. Nos conformamos con poco. Apenas cuatro cacharros revestidos de tecnología nos bastan para vender nuestra alma al diablo. Ya no quedan apenas héroes. Ya no quedan casi valientes. Como aquel jornalero que en los años de la República respondió contundente al cacique que le amenazaba con dejarlo sin trabajo si no le vendía su voto. “En mi hambre mando yo” le dijo digno, según cuenta Salvador de Madariaga en su libro "España". Ahora ya no mandamos ni en nuestro hambre. Preferimos engordar como vulgar ganado.

Será el calor de este final del verano. Será la decepción. Será sólo un mal rato. Serán los años. A veces me siento derrotado. 



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