Nunca sabes de verdad como eres hasta que no te enfrentas a una situación difícil. Hasta que no superas la prueba. Las pruebas. Hasta que no miras al dolor a los ojos. Nunca sabes como es la persona que te acompaña hasta que no vives un drama…
Cinco años más tarde un reencuentro forzoso les obliga a enfrentarse a su pasado común. A intentar coser las heridas mal curadas -eso sí después de soltar algún que otro mordisco, algún improperio y un cúmulo de reproches mal archivados-. A odiarse y a entenderse de nuevo. Y a compartir lamentos. A asumir que ninguno escogió el camino correcto. A descubrirse imperfectos ante una vida que truncó sus sueños. Su sueño.
Es una película de palabras y gestos -y a veces algún bostezo-. Lenta, con solo dos personajes, y con apenas escenarios acordes a una España inmediata en plena decadencia. Pero la estética es lo de menos. También es intensa. A veces extraña. Y, sobre todo, importa el poso de reflexión interna: ¿cómo reaccionaría yo? ¿cómo reaccionaría ella?
Nunca sabes de verdad como eres hasta que no lo ves con tus ojos. Y cuando llega, y luchas y no huyes -a pesar del miedo, a pesar de las tentaciones, a pesar de las miserias- te alivias y te alegras. Y si ella tampoco huye -y también lucha- te sientes la persona más afortunada del planeta.
Nunca sabes de verdad como eres… hasta que lo sabes. Pero sólo hasta la próxima batalla.
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