jueves, 28 de marzo de 2013

piedras y princesas

La vida está llena de caminos, piedras y princesas. Se aprende con los años y con las experiencias. También con las conversaciones. A mí me lo enseñó Miquel Silvestre, un día que vino a la radio donde trabajo, cuando todavía tenía un programa en el que entrevistar “bichos raros”. Era también en Semana Santa, hace ahora dos años. Venía a hablar de su libro. “Un millón de piedras” se llamaba. Y se llama. Entonces no era conocido. Ahora es un pelotazo...

Miquel es un valiente. Dejó la comodidad del despacho de registrador de la propiedad para viajar. Y escribir. Vive la vida como la siente. Donde el viento, la historia o el corazón le lleven. Ha dado la vuelta al mundo en moto, atravesando los países más conflictivos o más lejanos: de Irak a Siria y de Indonesia a Filipinas. Y todo empezó en África, con esas piedras que hoy ya son legión.

Cuando viajas y recorres camino, te das cuenta que no todas las piedras son iguales. Hay piedras con las que tropiezas, y hay piedras que te lanzan. Hay piedras que te frenan, y hay piedras que te asaltan. Con las que te encuentras en medio del camino, no hay más que rodearlas. Con las que te arrojan, hay que estar hábil para esquivarlas. Pero las piedras que más duelen, y que más pesan, son las que nosotros mismos nos cargamos en la espalda. Y tienen nombre de prejuicio, miedo, orgullo o recelo. Están como anquilosadas, bien al fondo de la mochila, para que nos cueste trabajo encontrarlas y desprendernos de ellas.


"Un millón de piedras" está editado por Barataria. 


Luego están las princesas. Cada uno tiene las suyas. Las de carne y hueso, y las de pan y mantequilla. Con las que compartes amores y placeres, penas y alegrías. Y luego están las otras. La de Miquel y la mía se parecen, aunque sólo a cierta distancia. Comparten curvas, ruedas y kilómetros. Les separan caballos, gasolina y pedales. La suya se llama BMW. La mía se llama Orbea (con el permiso de Cristina). Son las que nunca nos fallan. Las que nos esperan, pacientes, hasta que llega su hora y nunca nos lo reprochan. Las que nos guardan los sueños para cuando un día nos atrevamos a contestar la pregunta que Miquel se hizo antes de cambiar de vida: ¿Soy el adulto que de niño soñé que quería ser?. Difícil respuesta. Mejor la dejamos para otro día. 




"...Y decían mis vecinos
que llevaba mal camino apartado del redil
Siempre fui esa oveja negra
que supo esquivar las piedras que le tiraban a dar.
Y entre más pasan los años
más me apartó del rebaño porque no sé adonde va..."

Versión de Marea de "Como el viento de poniente" 
de José Dominguez Muñoz, El Cabrero,



2 comentarios:

  1. la libertad para escoger lo que quieres ser de "mayor", es directamente proporcional a los compromisos sociales que asumes como obligatorios.
    En nuestra sociedad, ser libre es incompatible con las hipotecas económicas y emocionales, ser libre es sinónimo de soledad, pocas ovejas blancas encuentras dispuestas a apoyarte en lo que ell@s consideran aventuras y nosostr@s simplemente vida...

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    1. Hola Montserrat, gracias por tu comentario. El problema es que cada vez hay menos ovejas blancas y hay más borregos (yo entre ellos, pero estoy en ese proceso de transición). Ahora, a la próxima no me pillan, lo tengo claro. No vuelvo a hipotecarme. Y a ver si aprendo a vivir.

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